Catchascán
Mi solución era recibir golpes. No vivía de eso. En el Perú no se puede vivir del catchascán. En algún momento fue glorioso, hoy no lo es. Pero ¿cómo no llamaría la atención ver a dos personas agarrarse a golpes? Tampoco lo sé.
Estaba amarrándome las botas mientras pensaba en la razón que me llevó a luchar. Era simple... escapar.
Escapar del sufrimiento interior a través de un sufrimiento físico. No es lo mismo sufrir dentro de uno mismo, donde se mezclan los sentimientos y pensamientos, que hacerlo afuera.
Me atrevería a decir que el dolor externo, en el cuerpo, es más llevadero. Todo lo de afuera se cura, lo de adentro, lleva tiempo. Es un proceso, que muchas veces, simplemente no tiene solución.
Mi solución era recibir golpes. No vivía de eso. En el Perú no se puede vivir del catchascán. En algún momento fue glorioso, hoy no lo es. Pero ¿cómo no llamaría la atención ver a dos personas agarrarse a golpes? Tampoco lo sé.
Mi nombre en el ring era Pibe. Obviamente, mi personaje era el de un argentino. ¿Por qué escogí esa nacionalidad? Porque es muy fácil odiar a un argentino...¿o no?
Esa era mi intención: Ser el malo de la película. Hacerme aborrecer por el público - que en los mejores días podían llegar a ser 100 personas - Pero eso me gustaba, me hacía sentir querido, a pesar de ser odiado.
No había día de semana que no extrañara regresar a la lona. Ser golpeado, cortado, dejar fluir ese líquido rojo que mientras no lo vemos salir de nuestro cuerpo sabemos que estamos vivos, pero cuando empieza a derramarse, sentimos que la vida está cada vez más lejos.
Para mí, el ver sangre salir de mi cuerpo no era sinónimo de muerte, era, más bien, vida. Solo en ese momento podía huir. No miento cuando digo que cada vez que veía brotar gotas de sangre de mi cuerpo, mis labios esbozaban una leve sonrisa.
Terminé con las botas. Los interminables pasadores me daban ansiedad. El sudor empezaba a caer de mis sienes. Me ajusté el pantalón para evitar algún percance desagradable -desagradable para el público- Me puse la 10 albiceleste y salí al escenario esperando las pifias de la poca gente que llegó a ver ese pobre espectáculo.
Mientras caminaba, comenzaba a entra en mi personaje...
-Los peruanos no son nada comparados con los argentinos. Nosotros somos campeones del mundo dos veces. Tenemos a Dios, al Papa y a Messi...ustedes qué tienen?
Sí, eso los haría enojar lo suficiente.
Cuando entré por fin al cuadrilátero, algo sucedió. No había gente. No habían pifias, no había música. Solo veía el ring. Pero de una forma distinta. Desde arriba y mis piernas con las botas de interminables pasadores colgaban.
No veía sangre, por eso me sentía morir. ¿Como iba a escapar ahora? Nunca me imaginé que lo haría así. Mi último sufrimiento fue encima del escenario en el que me sentía más vivo.
Al fin, algo de dolor. Sentía que en el cuello algo me ajustaba. Gracias. Un suspiro y mi leve sonrisa.